A lo largo de los mil años, el imperio bizantino sufrió y vivió muchos cambios. No obstante, mantuvo una serie de rasgos en cuanto a su organización. Así pues, el mundo bizantino se caracterizó por:
- la concentración de poderes en la figura del emperador o basileus. Para mantener su control utilizaba una amplia red de funcionarios. Se trataba de un imperio teocrático.
- el territorio se dividía en provincias, dirigidas por un gobernador, que era también el jefe militar.
- la economía se basaba en la agricultura y en un importante y floreciente comercio.
En cuanto a la sociedad esta era una sociedad muy jerarquizada, con un importante peso de la nobleza terrateniente y un gran poder de la iglesia y sus representantes, especialmente el patriarca de Constantinopla. El resto de la población estaba formada por una mayoría de campesinos, pero también por artesanos, comerciantes, literatos,... y, por supuesto, esclavos.
Como ya hemos visto, el imperio bizantino va a afrontar muchísimos desafíos y estos no solo están referidos a las invasiones de otros pueblos y las guerras con otros imperios. De hecho una de las principales disputas fue religiosa y tuvo lugar entre los propios cristianos. A finales del siglo VIII y comienzos del IX, se enfrentaran iconoclastas (destructores de iconos o imágenes religiosas) e iconodulos (veneradores de imágenes religiosas), que ganaron definitivamente estos últimos en el 843.
Iconoclastia (Autor: Chludov en Wikimedia Commons) |
Otra gran conflicto será el que llevará al Cisma de Oriente (1054), por el que la Iglesia se separará en Iglesia ortodoxa y católica. En la base de esta división, no solo hay aspectos religiosos, sino también relativos al poder del papa de Roma y del patriarca de Constantinopla, que no reconocía la autoridad del primero. Además, cada vez eran más las diferencias entre ambas iglesias. Esta separación entre católicos y ortodoxos ha llegado hasta nuestros días y de hecho, muchos cristianos de Grecia, Rusia, Rumanía y países de la zona oriental europea son ortodoxos.
Preservar el legado de la cultura clásica fue el mayor de desafío de todos ellos. Debido a la herencia helenística el griego acabó por imponerse, pero la herencia romana no se perdió, ya que se conservaron muchos libros y tratados de Historia, Medicina, etc. en la bibliotecas, que de otra manera se hubieran perdida. El derecho romano pervivió y dejó su impronta en el Código legislativo de Justiniano. Todo esto tuvo su reflejo y posterior evolución en el arte, donde destacaron las basílicas, el uso de la cúpula y del mosaico.
Santa Sofía, Estambul. (Autor: Nserrano, fuente: Wikimedia Commons) |
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